Uno de los datos más sorprendentes sobre la Edad Media española es saber que Valencia albergó dentro de los muros de su ciudad el que sin duda fue
uno de los mayores prostíbulos de toda la Europa Mediterránea.
Entre 1325 y 1671 Valencia tuvo todo un barrio dedicado por y para el negocio de la prostitución (
La Pobla de Bernat de Villa),
una especie de Barrio Rojo en plena Baja Edad media, donde no sólo se podían encontrar todo tipo de prostíbulos, sino también tabernas, hostales, tiendas... todo ello para atender a los cientos de visitantes que acudían a la ciudad del Turia atraídos por el reclamo de esta auténtica Babilonia medieval, conocida también como la '
Pobla de les fembres pecadrius', el Bordell, el Públich o el Partit.
Y no nos engañemos, si este lugar se perpetuó durante más de dos siglos es porque hubo una demanda constante de los servicios allí ofrecidos, por lo que podemos suponer que gente de todo tipo y condición hacía escala
ex profeso en Valencia para contemplar con sus propios ojos este auténtico barrio de la lujuria y el libertinaje.
Era tal la fama de la mancebía valenciana que las tarifas de sus prostitutas eran las más elevadas de la península, las cortesanas más solicitadas ganaban auténticas fortunas, luciendo sedas y joyas que hacían despertar las envidias de las más distinguidas damas de la sociedad valenciana.
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Panorámica de la Valencia Medieval |
Y es que hay recordar que durante estos siglos
Valencia era uno de los principales puertos del Mediterráneo, el Reino de Valencia englobado dentro de la Corona de Aragón era el centro político, económico y comercial de un poderoso reino que estaba en plena expansión por el Mediterráneo.
La ciudad de Valencia llegó a ser la segunda población con más habitantes de la península, unos 75.000 habitantes, sólo superada por la ciudad nazarí de Granada, por lo que este siglo XV es conocido como el
Siglo de Oro valenciano. La convivencia de las diferentes culturas, el carácter comercial y abierto de la ciudad, la explosión cultural y humanista de su cultura... hicieron de Valencia
una de las ciudades más permisivas de Europa.
Tal vez el reflejo más claro de esta moral sexual más relajada quede expuesto en algunos de sus edificios más emblemáticos, como son la Lonja de la Seda y su Catedral, donde
destacan varias esculturas por su sorprendente lascividad y erotismo.
Una de las más famosas es la gárgola situada en las traseras de la Lonja, se trata de una mujer desnuda que se toca impudicamente sus partes más íntimas, y aunque se ha especulado mucho sobre su significado, creemos que como en la Antigua Roma este tipo de escultura señalaba la dirección a la mancebía, para que cualquier viajero llegado a la ciudad, encontrase sin perdida uno de sus principales focos de atracción... la zona de los burdeles.
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Gárgola de la Lonja de Valencia. |
La Baja Edad Media: La edad de oro de la prostitución legal
Durante la Baja Edad Media viviremos un fenómeno novedoso, ya que el auge de las ciudades y la recuperación del derecho romano, provocará un
proceso regulador de la actividad de la prostitución por parte de los dirigentes urbanos, que no sólo tratarán de controlar y legislar un fenómeno de carácter tan urbano como el de la prostitución, sino que ya puestos, intentarán sacarle el mayor provecho económico posible...
De esta forma durante los siglos XIV y XV veremos como por todo el Occidente europeo el mundo de la prostitución intentó ser regulado en las grandes ciudades mediante leyes y meticulosas ordenanzas, floreciendo numerosas barriadas destinadas a la prostitución, por lo que el mundo de la prostitución vivirá un momento de cierto esplendor, generando unos beneficios a su alrededor bastante suculentos.
¿Pero qué opinaba la Iglesia de todo esto?
La prostitución fue justificada desde los
primeros tiempos del cristianismo como un mal necesario, y es que muchos teólogos se aferraban a ciertos pasajes de
San Agustín o a textos
dispersos de
Santo Tomás para justificar su existencia y aprobación. Las bases donde se asentaba esta idea era que las
prostitutas cumplían con un rol fundamental para garantizar
la paz social, ya que lograban canalizar la violencia sexual evitando
males mayores que afectasen a las mujeres honradas.
Aunque donde mejor se refleja la doble moral de esta sociedad era durante las
fiestas religiosas, ya que durante Semana Santa los burdeles eran clausurados, prohibiendo el
ejercicio de la prostitución. Además para garantizar esta orden las prostitutas eran recluidas durante ese tiempo en Iglesias o Conventos, corriendo el municipio con todos los gastos acarreados durante su estancia.
En un primer momento se recluía a las
prostitutas en la Ermita de Santa Lucía, aunque posteriormente, y como
muestra del desarrollo que alcanzó la prostitución en Valencia, se
construyó un convento sólo para este fin, la
Casa de las Arrepentidas (1345).
Pero como cabe suponer, estos encierros obligatorios no eran muy populares entre las prostitutas, ya que a la imposibilidad de salir a la calle se le sumaban los sermones y charlas religiososas a las que eran sometidas, por lo que intentaban por
todos los medios librarse de estos encierros, aduciendo toda clase de excusas, cuando no, huyendo de la ciudad durante estos días.
El nacimiento del burdel valenciano
Todo parece indicar que fue bajo el reinado de
Jaume II 'el Just' cuando se mandó concentrar los burdeles en la zona conocida como pobla de Bernat Villa, un arrabal situado en la zona extramuros de la ciudad próximo a la morería.
Uno de los primeros documentos que atestiguan la existencia de esta zona de burdeles data del año de 1321, en el cual se hace mención a la prohibición de que las prostitutas pudiesen exhibirse fuera de este arrabal en determinados días festivos.
Con estas medidas las autoridades locales buscaban proteger a los jóvenes y a las mujeres honradas de la presencia perniciosa del mundo marginal asociado a la prostitución.
Pero con la ampliación del recinto amurallado en el 1356 toda esta zona quedó englobada dentro de la ciudad, por lo que las autoridades se vieron obligadas a tomar ciertas medidas para aumentar el control y la seguridad del arrabal, así que en el año de 1444 se optó por rodearlo de muros y habilitar sólamente una única puerta de acceso al recinto, vigilada por las autoridades locales.
El ambiente...
Este poblado estaba constituido por hostales y pequeñas casitas que
eran subarrendadas a las prostitutas. Las casas de un sólo piso
presentaban un aspecto pulcro y coqueto, sus fachadas estaban adornadas con
flores y farolillos de colores, además en su interior podían contar con pequeños
patios o huertos, donde en las cálidas noches de verano, al olor de los árboles frutales, se celebraban alegres reuniones de lo más subidas de tono.
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Tabernera, por Joan Mundet |
Las prostitutas, vestidas con sus mejoras galas y bellamente maquilladas,
esperaban a sus clientes sentadas frente a los porches de estas casitas, enumerando sus encantos y habilidades a todo aquel visitante que se atrevía a internarse en esta ciudad del pecado.
Y al igual que hoy en día uno puede pasear por el Barrio Rojo observando a las mujeres en los escaparates, hace más de 600 años uno podía paserase por este barrio valenciano observando a las prostitutas sentadas en los porches de su casa esperando atrapar algún cliente bajo sus encantos, por lo que estas
mujeres públicas también eran llamadas '
fembres de cadira' (mujeres de silla).
Y es que la fama mundial que alcanzó esta mancebia fue porque en ella podías satisfacer todo tipo de placeres, y no
sólo carnales,
los visitantes podían disfrutar de todo tipo de
espectáculos: canto, bailes, rifas, juegos de naipe, ... todo era posible en esta ciudad del
vicio y de divertimento.
El alemán H. Münzer describía el ambiente nocturno por 1494: “
Es también su costumbre el pasear tarde por las calles, hasta bien entrada la noche, hombres y mujeres en tal cantidad que parece una feria. Y, sin embargo, nadie es ofendido por otro. Si no lo hubiese visto con mis compañeros y en compañía de los ilustres mercaderes de Ravenburg, difícilmente lo hubiera creído. Asímismo, las tiendas de comestibles están abiertas hasta media noche, de forma que en cualquier hora puedes comprar todo”.
Sólo unos pocos años después, el cronista oficial de los viajes del rey Felipe el Hermoso, Antoine de Lalaing también nos hacía una magnífica descripción de la mancebía valenciana:
“Después
de cenar, fueron los dos caballeros conducidos por algunos caballeros
de la ciudad a ver el lugar de las mujeres públicas, el cual es grande
como un pueblo pequeño, y cerrado todo alrededor con muros y una sola
puerta. (...) En este sitio hay tres o cuatro calles llenas de
pequeñas casas en cada una de las cuales hay muchachas muy ricamente
vestidas de terciopelo y de seda, y habrá de doscientas a trescientas
mujeres. Tienen sus casitas adornadas y provistas de buena ropa. Allí
hay tabernas y casas de comidas. Por el calor no se puede allí ver bien
de día, y hacen de la noche día: porque están sentadas en sus entradas,
con una hermosa lámpara colgada encima de ellas, para verlas con más
facilidad".
- Antoine de Lalaing, señor de Montigny, 1502.
El acceso a la mancebía
El
burdel estaba abierto todo el año, la hora de mayor ajetreo era al atardecer, cuando los hombres al volver
de sus trabajos pasaban por la mancebía a pasar un rato de ocio y
divertimento. Sólo en determinadas festividades
religiosas se prohibía ejercer a las prostitutas, pero incluso los domingos
estaba permitida la prostitución, la única restriccción era respetar el horario
de misas.
Por otro lado, el acceso a la mancebía estaba abierto para cualquier visitante, siempre que fuese cristiano, ya que una de las reglas más estrictas que existían en torno al funcionamiento de la mancebía era
la prohibición de que judíos o musulmanes tuviesen contacto físico con meretrices cristianas. Saltarse esta norma podía conllevar penas muy duras, desde el pago de fuerte sumas económicas hasta la aplicación de la pena capital en alguno de estos casos.
Aunque para comprender el grado de
profesionalidad que alcanzó la mancebía valenciana retomanos la crónica de Antoine de Lalaing que nos cuenta: “
Y delante de la puerta hay levantada una horca para los
malhechores que pudieran entrar dentro. En la puerta un hombre encargado
de ello quita los bastones de los que vayan a entrar dentro, y les dice
si les quieren entregar su dinero, si lo tienen, que se les devolverá a
su salida, sin pérdida alguna. Y si, por casualidad, si teniéndolo no
lo entregan, y se lo roban durante la noche, el portero no es
responsable de ello."
Es decir, podemos ver como una de las principales preocupaciones de las autoridades era asegurar la protección del visitante, tanto la física, con la prohibición de entrar armado, como la económica, evitando que los numerosos rufianes y ladrones que habitaban en la mancebia esquilmasen toda su fortuna a algún incauto viajero.
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Taberna medieval. |
La sanidad
Además los 'jurados de la ciudad' eran los encargados de velar por cumplir una serie de normas básicas como realizar revisiones médicas periódicas a las prostitutas, cobrar los impuestos de hosteleros y taberneros, mantener el orden dentro sus límites, etc....
Así varios testimonios nos relatan
el empeño de las autoridades en proteger la mancebía de cualquier tipo de brote de enfermedad contagiosa. El embajador veneciano Sigismondo di Cavallli relata:
“
La Ciudad les paga cuatro médicos…y cada sábado ordinariamente las deben visitar a todas y preocuparse de la salud de cada una y si encuentran alguna con algo malo, la ponen en cierto lugar aparte y la cuidan con grandísima diligencia”.
Además era tanto el celo de las autoridades en evitar la propagación de enfermedades, que incluso una vez que la prostituta estaba curada de alguna de estas dolencias se le prohibía de nuevo ejercer la prostitución, por lo que a estas mujeres pasaban a ejercer en la clandestinidad.
Hostaleros y proxonetas: La cara masculina de la mancebía valenciana
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Pícaro, obra de Joan Mundet |
Los
hostaleros (y hostaleras) tenían una importancia capital en el buen funcionamiento de la mancebía, ya
que no sólo se encargaban de suminstrar comida y bebida a sus numerosos
visitantes, sino que también estaban obligados a proporcionar
alojamiento y manutención a las prostitutas bajo su cargo, así como responsabilizarse de sus cuidados médicos, vigilar su
conducta o procurarles cualquier bien que las meretrices necesitasen.
Las
autoridades vigilaban por su parte que los hosteleros no abusasen de
esta posición de privilegio respecto a las meretrices a su cargo, por lo
que prohibían los precios abusivos de manutención o los endeudamientos
excesivos.
También estaba la figura del
proxoneta, denominado
en la época con el término de
rufián, encargadados del cuidado y de la
protección de la prostituta, muchas veces proporcionándoles ellos
directamente los clientes, aunque claro! todo esto a cambio de embolsarse la
mayor parte de las ganancias.
Y
aunque normalemente asociamos a estos rufianes con las clases sociales
más bajas, hombres que vivían bajo régimen de concubinato con la misma
mujer que horas más tarde explotaban sexualmente, también encontramos
proxonetas entre nobles y comerciantes.
La otra cara de la prostitución: miseria y explotación sexual
Pero no hay que engañarse, la vida de estas mujeres públicas estaba celosamente controlada y vigilada tanto por las autoridades civiles como por los proxonetas o taberneros, que sólo veían en las prostitutas una mera mercancia para ganar dinero.
Además su salidas fuera de los muros de la mancebía muy pronto fueron controladas y restringidas, estando obligadas a solicitar licencia para poder salir y siendo
sancionadas si no volvían antes de la hora de cierre de las puertas.
Por lo que desde tiempos de Fernando el Católico aparecerán ordenanzas (1488) que impongan dichos controles: “
Que las mujeres que vivan
de ganancias vergonzosas no puedan permanecer ni habitar en ningún lugar
de la Ciudad, excepto en el lupanar. Y que ningún oficial pueda darles o
concederles licencia bajo las penas impuestas aquí”.
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La actriz Lucía Jiménez en el papel de la
tabernera y ex-prostituta 'La Lebrijana'.
en la serie 'Alatriste'. |
Para mayor estigmación social las autoridades las obligaban a lucir determinadas prendas cuando salían de los muros de la mancebía, señalando su condición de
mujeres públicas, y prohibiéndolas vestir con ropas de abrigo como capas, pieles, o vestidos con adornos que sólo estaban permitidas a mujeres de buena honra.
Es decir, a pesar de la buena fama y reputación de las prostitutas valencianas, tanto por su belleza o por la riqueza de sus ropaje, sólo unas pocas, las más bellas o las más
habilidosas lograban escapar de ese submundo; ya que
la mayoría de ellas eran apenas niñas o adolescentes cuando entraban en este sórdido mundo, la gran parte de ellas empujadas por la miseria, otras muchas
captadas a través de engaños o raptos, incluso no faltaban casos donde eran los propios familiares (maridos, padres, ...) quienes las empujaban a este mundo.
Su esperanza de vida estaba muy por debajo de la media, y a pesar de la supuesta paz social que existía dentro del burdel, no hay que olvidar que estaban
expuestas a abusos de todo tipo desde endeudamientos de por vida a palizas, violaciones, peleas, riñas, enfermedades....
Es decir el mundo de la prostitución estaba íntimamente ligado al
submundo de la criminalidad, por lo que estos burdeles, hostales y tabernas eran lugar de encuentro de todo tipo de malhechores, un lugar donde salvaguardarse del brazo de la justicia, que pocas veces se atrevía a internarse en ese tipo de barriadas.
Por lo que parece claro que para satisfacer la enorme demanda de la ciudad tuvo que existir un próspero negocio de "trata de blancas" donde mujeres llegadas de todos los reinos europeos se vieron obligadas a ejercer dicha profesión.
De putas a monjas: La reinserción social
Pero a pesar de que la Iglesia aceptaba el papel social de la prostitución eso no significa que no dedicase bastante esfuerzos en intentar apartar a las mujeres de este estilo de vida licencioso. Así sabemos que muchos párrocos dirigían sus pregones y sermones a estas mujeres, especialmente aquellos días de más recogimiento, como Semana Santa o las fiestas dedicadas a la Virgen, conminándolas a un cambio de vida, también dedicaban partes de sus colectas parroquiales en ayudas a este grupo social.
Por lo que
tanto los poderes civiles como eclesiásticos brindaban a las meretrices la oportunidad de reintegrarse en la sociedad: tal es así que incluso el muncipio destinaban una parte de sus ahorros en dotar de recursos económicos a aquellas mujeres que realmente habían mostrado signos de arrepentimiento (proporcionado la dote de la mujer en caso de matrimonio).
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"Amantes", fresco de Albrecht
Altdorfer. 1530, Museo Budapest |
Y la mejor forma de reintegración era hacerlo a través del
Convento de las Arrepentidas, un convento destinado a acoger a todas aquellas mujeres decididas a abandonar su profesión, por lo que una vez superado el período de prueba se les ofrecía dos posibilidades: o el matrimonio civil o el matrimonio con dios.
Pero no debemos engañarnos,
los casos de reinserción debieron ser bastante escasos. Por un lado tenemos los mismos condicionantes sociales: ya que su aislamiento social, su estigmatización, su pobreza, las deudas contraídas con taberneros y rufianes, y la costumbre de llevar ese estilo de vida desde muy pequeñas hacen la posibilidad de reintegración muy escasa. Por otro lado, el paso por el Convento de las Arrepentidas no tenía que ser nada sencillo, ya que mujeres acostumbradas a llevar un estilo de vida bastante libre tenían que amoldarse al régimen de vida austero y restrictivo del interior del convento, teniendo que permanecer, como mínimo, un año en completa reclusión para lograr su reinserción a ojos de dios.
El fin de la mancebía
Con
la entrada del siglo XVII se da el inicio del fin de las mancebías y
los burdeles municipales. Ya una Real Pragmática de Felipe IV en 1623
ordenaba el cierre de todas mancebías del reino. Aunque no fue nada
fácil acabar de un plumazo con una tradición de más de 300 años, por lo
que habrá que esperar hasta finales de siglo, con
Carlos II como regente, para ver como se imponía definitivamente el cierre de las macebías públicas.
Los
motivos de su cierre son varios y de diversa índole, donde confluyen
motivos sociales, políticos, religosos e ideológicos: aunque el ataque
enconado de las nuevas instituciones eclesiásticas surgidas tras el
Concilio de Trento (1545-1563), como la de los
jesuitas fueron
fundamentales para su cierre definitivo.
Como es de suponer, todas
estas medidas emprendidas contra la prostitución no lograron acabar con
ella, ni siquiera atenuarla, simplemente los prostíbulos se extendieron
por toda la ciudad y los controles de las autoridades sobre la salud y
las condiciones de las prostitutas desaparecieron.
Aún
así, la leyenda de Valencia como una de las ciudades más viciosas y
lascivas siguió estando muy vigente durante los siglos posteriores, y es
que, según cuentan los rumores, el propio
Giacomo Casanova afirmó tras una visita a los prostíbulos de la ciudad del Turia: "
Nunca he visto ni he vivido en una ciudad tan lasciva y hedonista como la Valencia de los Borgia".
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http://personal.us.es/alporu/histsevilla/prostitucion_publica_justificacion.htm
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