viernes, 1 de junio de 2018

El escándalo sexual de Felipe IV con una monja

Felipe IV podría pasar a la historia bajo las palabras del historiador alemán Pfandle: "Un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno", y es que, este monarca no sólo tenía fama de promiscuo, como otros muchos reyes, sino de ser un auténtico adicto al sexo. Por su cama pasaron todo tipo de mujeres, de toda clase y condición, y como buena muestra de ello están los más de 40 hijos bastardos que dejó.

Estábamos preparando una entrada sobre su azarosa vida sexual pero, como podéis imaginar, circulan tantas anécdotas sobre los devaneos amorosos de Felipe IV, y hay historias tan jugosas, que merecen un post aparte; como la que nos trae aquí; quizá, la más escandalosa, la que tuvo lugar en el recién fundado convento madrileño de San Plácido.

Cuentan las crónicas que el convento de San Plácido, situado en el barrio de Malasaña, fue testigo del insaciable apetito sexual de Felipe IV, que protagonizó un escandaloso hecho al intentar conquistar a una monja llamada Margarita de la Cruz.


Según se relata en un manuscrito anónimo el fundador del convento, un tal Jerónimo de Villanueva, protegido del Conde-Duque de Olivares, y buen conocedor de los gustos del monarca, informó a ambos de la presencia de una novicia de extraordinaria belleza de nombre Margarita de la Cruz.

Retrato de Felipe IV, por Diego Velázquez.

El rey, ávido de nuevas conquistas, no dudó en utilizar todos sus recursos para lograr colarse en secreto en el convento, utilizando para ello un pasadizo oculto que conectaba la casa de don Jerónimo con la carbonera del convento, y comprobar con sus propios ojos si eran reales las afirmaciones sobre su belleza. Y en efecto, la hermosura de Margarita era tal que el rey cayó rendidamente enamorado de esta mujer. Por lo que, tras unas primeras visitas de cortesía, el ardor del monarca le hizo solicitar a su nueva conquista sus primeros favores sexuales.

La pobre monja, asustada por el gravísimo pecado que estaba a punto de cometer, confesó los planes de su majestad a la priora Teresa del Valle, que planeó una estrategia para intentar frenar la libido incontrolable de Felipe IV.


Catafalco.
Así, llegado el día donde el monarca esperaba culminar su nueva conquista entró por el monasterio a través de la entrada secreta y cuando accedió a la celda se encontró una puesta en escena perfecta para hacer caer la pasión a cualquier buen cristiano. La monja estaba tendida sobre un improvisado catafalco (sepulcro cubierto con una tela negra) con la habitación repleta de flores e iluminada por cirios para que se viesen bien el crucifijo que sostenía, la falsa muerta, entre sus manos.

Como se pueden imaginar, este falso velatorio cumplió a la perfección su cometido y conmocionó a su muy católica majestad, que creía muerta a su prometedora amante. Pero pronto llegaron a oídos del monarca que todo había sido una treta de la abadesa, por lo que, como buen cazador, esto le espoleó aún más sus ganas de conseguir su ansiado "trofeo" y siguió con insistencia reclamando una visita a solas con Sor Margarita.

El asunto empezó a ser tan escandaloso que la propia Inquisición tuvo que intervenir.


Conde-Duque de Olivares, la persona más poderosa del mundo en su época.

 

Con la Iglesia hemos topado...


Fue el propio confesor personal de Felipe IV, el Inquisidor General Antonio de Sotomayor, quién inició el proceso para frenar definitivamente este sacrilegio. Como las figuras del Rey y de Olivares eran intocables, el proceso se centró contra el menos poderosos de todos los cómplices, el desdichado de Jerónimo de Villanueva, que acabó con sus huesos en la cárcel inquisitorial de Toledo el 30 de agosto de 1644. 

Para comprobar el poder que tenía el Santo Oficio, comentar que a pesar de ser amigo personal del Rey y del todopoderoso Conde-Duque, estuvo en la cárcel durante más de dos años, y sólo gracias a estos contactos pudo conseguir la absolución, pero pagando un alto coste: ya que no podía volver a pisar el convento de San Plácido, ni ponerse en contacto con sus monjas, también le impusieron una multa de 2.000 ducados, y lo peor de todo, tuvo que abandonar la Corte y pasar sus últimos días en la ciudad de Zaragoza.

Con la Iglesia hemos topado.

El asunto estaba siendo tan molesto para la Corona, que dicen las malas lenguas, que el mismísimo Conde-Duque de Olivares se presentó ante el inquisidor general que estaba instruyendo el caso y le espetó que tenía en sus manos dos decretos reales: Uno de los decretos era su renuncia al cargo y un retiro de oro a su ciudad natal con una abundante renta. El otro decreto era una orden de destierro en el plazo de 24 horas. No hace falta añadir que el inquisidor vivió el resto de sus días muy feliz en su Córdoba natal.

¿Por qué acabó una obra de arte del calibre del Cristo crucificado de Velázquez en este sencillo convento?


 A pecado nuevo, penitencia nueva.



Cristo crucificado, de Velázquez.
Aunque existe otra versión más plausible de lo que sucedió después del hecho del falso velatorio, y ahora vendría bien preguntarse ¿cómo es posible que en convento recién fundado tuviese obras de arte como un Niño Jesús de Montañés, un Cristo Yacente de Gregorio Hernández, un cuadro de 'La Anunciación' de Claudio Coello en su altar mayor o el mismísimo Cristo crucificado de Velázquez?

En esta otra versión se cuenta que el monarca se quedó bastante traumatizado al ver a la pobre monja tendida sobre el féretro, ¡¡hasta ese punto tuvo que llegar para escapar de sus insaciables apetitos sexuales!!, por lo que el rey arrastró enormes remordimientos de conciencia durante toda su vida. Recordar que, Felipe IV, fue un ferviente católico, por lo que no tendría que ser fácil vivir consigo mismo y sus continuos arrebatos amorosos.

Eran tan grande la culpa que sentía por todo lo acontecido que, para limpiar su conciencia, realizó importantes regalos a la congregación, el más sonado fue el incunable cuadro de Velázquez.

Pero según un manuscrito anónimo del finales del siglo XVII, titulado 'Relación de todo lo suzedido en el casso del Convento de la Encarnazión Benita' se nos narra que el monarca también incluyó otro regalo. Un fabuloso reloj que en los cuartos tocaba difuntos, en recuerdo del lúgubre episodio que había ocurrido en el interior del convento, y que así siguió sonando hasta la muerte de la pobre Sor María.

Una de espías...


La Anunciación de Claudio Coello
Y por si esta historia fuera poco rocambolesca, aún guarda una sorprendente historia de espías...  El Papa, Urbano VIII, interesado siempre en guardar documentos comprometedores pidió que le enviaran una copia del proceso abierto por la Inquisición. Por lo que el Consejo de la Inquisición envió a su notario, Alfonso de Paredes, a Roma con una valija diplomática con toda la documentación.

Olivares trató de borrar todo rastro de este proceso, y por supuesto, evitar que ese informe llegase a manos del Papa, pero el mensajero ya había partido hacia el Vaticano, por lo que movilizó a toda su red de espionaje y embajadores españoles de Nápoles, Sicilia, Génova y Roma para que atrapasen al molesto mensajero e interceptasen los informes, se cuenta que incluso mandó un retrato robot del tal Alfonso de Paredes.

Los servicios secretos españoles, que por aquel entonces eran los mejores del mundo, lograron prender al mensajero antes que llegase a Roma, y la arquilla sellada fue devuelta a Madrid intacta, vía Nápoles. El Conde-Duque nada más recibir ese peligroso informe lo quemó en la chimenea de la cámara real, en presencia del mismo rey.

Como recomendación final os invitamos a visitar la iglesia y el convento de San Plácido, situadas en el populoso barrio madrileño de Malasaña. 


El convento ha sido restaurado hace pocos años, y en él aún vive una comunidad de monjas, por lo que si solicitáis hora seguramente os puedan hacer una visita guiada por el edificio, y contaros éste, y otros muchos secretos que guarda el convento.

Convento de San Plácido. Madrid.


Bibliografía



Huerta MAC. El convento de San Plácido: Historia, arte y leyenda en el corazón de Madrid. La librería; 2003. 95 p.

Puyol Buil, Carlos (1993). Inquisición y política en el reinado de Felipe IV. Los procesos de Jerónimo de Villanueva y las monjas de San Plácido, 1628-1660. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

https://www.somosmalasana.com/conociendo-san-placido-unos-muros-con-historia-y-leyenda/

 https://bayucablog.wordpress.com/2011/04/15/felipe-iv-el-pasmado/



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