jueves, 25 de octubre de 2018

Felipe IV: El rey adicto al sexo

No hubo rey más promiscuo en toda la historia de España, ni mujer que estuviese a salvo de caer bajo la lujuria insaciable de Felipe IV.

Daba igual su condición social, su edad, o si era casada, soltera o viuda, cualquier mujer del reino era apetecible para el capricho del monarca: damas o criadas, religiosa o prostituta, actriz o artesana. Cualquier lugar podía ser ideal para satisfacer su incontrolable ardor: desde el Palacio Real, al burdel, pasando por uno de sus territorios de caza favorito, el corral de las comedias.

El más poderoso soberano de la tierra era preso de una desmesurada pasión sexual. Nadie sabe a ciencia cierta con cuantas mujeres mantuvo relaciones, ni el número de bastardos que dejó en el camino. 


Pero como en una cruel maldición de cuento, el destino quiso que sólo fuese capaz de dejar como único heredero varón al trono de España al enfermizo Carlos II, "el hechizado".

Felipe IV de joven. 1623.
Retrato de Velázquez.
Estas andanzas reales eran por todos sabidos, y sus aventuras sexuales fueron motivo de toda clase de chanzas, bromas, coplillas y sonetos, como el que le dedicó el Duque de Amalfi, que decía:

Oculta el traje que severo luce,
de amor y gloria devorante fuego,
que de sus noches el placer inquieta
,
y através de su risa se trasluce
que el rey sofoca y tapa el palaciego
el sueño del amante y del poeta".

Y aunque esta imagen de mujeriego nos puede hacer caer en la idea de un rey extrovertido, simpático y abierto, el rey Felipe IV, como todos los Austrias, siempre mantuvo un talante serio y riguroso, casi inamovible, propia de la férrea etiqueta impuesta en la Corte por sus antecesores.

Pero nada mejor para conocer su lujuriosa vida sexual que darnos un paseo por su vida: desde su infancia hasta su muerte...

Infancia

El meapilas Felipe III quiso asegurarse que su prometedor heredero fuese un digno príncipe cristiano por lo que no dudó en confiar su educación a los eclesiásticos de mayor virtud y celo de todo el reino. Nos podemos imaginar la infancia del pobre Felipe IV, criado en la austeridad, el rigor y el ascetismo, entre misas, sermones y oraciones, atrapado en los sobrios y tristes muros del Alcázar de Madrid.

Y aunque no se pueda asegurar, estar sometido a una educación tan beata, rígida y controlada, contribuyó a que cuando las hormonas de la pubertad empezaron a bullir se iniciase una obsesión por el sexo, y como señala Deleito y Piñuelo en su 'El rey se divierte' "con los primeros hervores de la adolescencia, cabalgó sin freno por todos los campos del deleite, al impulso de pasiones desbordadas".



Matrimonio

Retrato de Felipe IV, por Diego Velázquez, 1623.
Pero ya habrá tiempo de hablar de sus vicios, volvamos a la infancia del joven heredero. y a explicar un hecho que seguramente también alimentó la insaciable libido del monarca... ¡¡su matrimonio!!

A pesar de que en estos años, Francia y España, ya estaban a la gresca, el enfrentamiento entre las principales potencias europeas sería inevitable. Felipe III procuró buscar una alianza matrimonial con nuestros odiados vecinos del norte. Por lo que siendo apenas un niño se concertó la boda con una de las hijas del rey francés, Isabel de Borbón, pero el enlace real se tuvo que retrasar varios años, hasta que Felipe IV cumplió los 10 años.

Debido a su corta edad no hubo noche de bodas y trataron que la pareja nunca estuviese a solas, ni siquiera en sus viajes conjuntos, por lo que debían viajar en carruajes separados, todo ello a pesar de las enérgicas protestas del joven rey, que a estas alturas ya debía tener la libido por las nubes.

Y es que el joven rey estaba perdidamente enamorado de su bella esposa desde el mismo momento en que la vio, y por si esto era poco, fue sometido a esta vigilancia conyugal durante cinco años.


Por lo que habrá que esperar al 25 de noviembre de 1620, ¡¡5 años después del matrimonio!!, para que diesen permiso al rey a consumar su matrimonio.


Reinado

Con la muerte de su padre al año siguiente, Felipe IV accede al trono con tan sólo 16 años. Y lógicamente al heredero del imperio más poderosos del orbe mundial no le faltaron amistades que procuraron ganarse su favor satisfaciendo todas sus curiosidades y caprichos.

Felipe IV, cazador.
Velázquez. Museo del Prado.
De esta forma los hombres encargados de su formación política, como Gaspar de Guzmán, el poderoso Conde-Duque de Olivares, prefirieron alentar sus vicios: el sexo; o sus pasiones: la caza o el teatro; para tener ellos vía libre en sus desmesuradas ambiciones políticas.

Además, ante su compulsivo comportamiento sexual prefirieron proporcionarle toda clase de divertimientos fuera de Palacio, ya que las reinas están para concebir herederos a la Corona, no para satisfacer las necesidades sexuales de sus maridos.

Y así comienza uno de los reinados más significativos para la historia de España, parecía que iba a ser el rey que devolviese el honor de los primeros Austrias, pero muy pronto el rey se fue alejando de sus responsabilidades políticas, dejando su gobierno en manos de validos, mientras su majestad y buena parte de la Corte disfrutaban de fastuosas fiestas y saciaba toda clase de placeres en cacerías, espectáculos teatrales y mucho sexo.

  Los rumores sobre la desenfrenada vida del monarca fueron pregonados por todo el reino en coplas anónimas, donde se narraban de forma jocosa las conquistas del rey.


Sus aventuras amatorias eran tan sonadas y conocidas que muchos de sus colaboradores más cercanos se preocuparon del daño que esto hacía a la imagen del rey y a la de la muy católica Corona Hispánica.

Retrato del Conde-duque de Olivares.
Diego de Velázquez. Museo del Prado.

Por lo que no dudaron de culpar a su válido, el Conde-duque de Olivares, de fomentar esas pasiones para sus propios intereses políticos y económicos. Así lo hacía saber Francisco de Quevedo a un amigo suyo en una carta que decía:

 "El conde, sigue condeando y el rey durmiendo, que es su condición. Hay, parece, nuevas odaliiscas en el serrallo y esto entretiene mucho a Su Majestad y alarga la condición de Olivares para pelar la bolsa, en tanto que su amo pela la pava".

Otro testimonio nos lo aporta el prelado Garcerán de Albanell, quién también acusaba al conde-duque de avivar esas pasiones, en esta carta dirigida a su persona:

"Suplícole cuanto me es posible que evite las salidas del rey de noche y mire la mucha parte de culpa que tiene pues las gentes publican que le acompaña en ellas y se las aconseja [...] en realidad, ese gusto, no es bueno, aunque se tome por entretenimiento por las muchas circunstancias que le hacen dañoso y por la libertad que se toman los vasallos para hablar y reconocer algunas cosas que contradicen el decoro de un monarca".


Isabel de Borbón, cornuda pero con compostura

Su esposa, no tardó en enterarse de todos los devaneos amorosos de su marido, y aunque al principio lloraba desconsolada sus continuas infidelidades, pronto aceptó resignada su papel de reina y, con regia compostura se mantuvo al lado de su marido.

Seguramente se mantuvo fiel a su marido, ya que a pesar de sus continuas infidelidades, siempre supo mantener las apariencias, al menos de cara a la galería.

Sus pasiones amorosas nunca fueron muy duraderas y  tampoco tuvo que soportar la presencia de una amante oficial dentro de la corte, como sí ocurría con los reyes de Francia. 


Isabel de Borbón.
Por lo que ninguna de sus numerosas aventuras intentó hacer sombra a la reina, ni buscaron medrar para conseguir ascenso social o excesivas riquezas.

Además, la desbordante pasión amorosa de Felipe IV no excluía a su propia esposa, a la que siempre trató con respeto y cariño, incluso con ardor marital, ya que siempre le quedaban fuerzas para cumplir con sus obligaciones matrimoniales, como muestran los continuos embarazos de Isabel, con la que llegó a tener hasta siete hijos.

Era tal la pasión que sentía por su esposa que el Conde-duque de Olivares se veía en la obligación de buscarle nuevas aventuras a su soberano para aplacar su "devorante fuego" con otras mujeres y dejara en paz a la reina cuando daba signos de estar embarazada. 



Las amantes

Desde muy joven el rey se lanzó a toda clase de correrías nocturnas por las calles de Madrid buscando nuevas conquistas con que satisfacer su lujuria.

Aunque la mayoría de reyes españoles han tenido fama de promiscuos, el carácter insaciable de Felipe IV ha sido catalogado por psiquiatras como síntoma claro de ser un sexoadicto.


No hacía ascos a ninguna mujer, y si alguna mujer le entraba por el ojo, no dudaba en mover cielo y tierra hasta conseguir sus favores, no le importaba su clase ni condición, teniendo relaciones con mujeres de baja condición social, casadas, viudas, nobles, incluso no dudó en tener relaciones con las esposas de sus colaboradores e incluso con ¡¡monjas!!, pero sin duda alguna, sus favoritas, fueron las actrices, ya que el rey siempre fue un gran aficionado al teatro.

Toda clase de mujeres eran buenas para su erótico deporte: doncellas, casadas y viudas, altas damas, sirvientas de palacio, burguesas, actrices, menestralas y hasta tusonas y cantoneras, como entonces se decía a las que hacían tráfico profesional de su cuerpo. Desde el Alcázar a la mancebía, pasando por el corral de comedias, no había frontera para sus ardores; pero sus preferencias iban más a las mujeres humildes que a las linajudas.”
- El rey se divierte, Deleito y Piñuela, J.


La suerte de estas amantes casi siempre fue la misma: el convento. Y es que una vez que el rey se cansaba de su nueva conquista, estas mujeres eran "invitadas" a ingresar en un convento. Tal era así, que se cuenta la anécdota de una noble a la que Felipe IV estaba cortejando, cuando el rey llamó a la puerta de su alcoba, la dama espantada le espetó: "vaya con Dios; no quiere ser monja".

Los encierros en conventos de sus amantes era una medida para prevenir posibles escándalos reales, y que sus amantes no luciesen embarazos públicamente.


El primer amor extralegal de Felipe IV que se conoce fue la hija del conde de Chirel, dama de gran hermosura, cuando el rey rondaba los 20 años. Al año siguiente nació un niño, el primero de los bastardos reales, al que se llamó Fernando Francisco de Austria, que falleció prematuramente.

Otro dato curioso sobre la vida sexual del soberano nos lo aporta la escritora francesa Madame D'Aulnoy quien nos relata como muchas cortesanas de lujo se quejaban amargamente de la racanería del monarca, que sólo les pagaba 20 escudos por servicio.


El mayor escándalo sexual del rey...

Como podéis imaginar circulan numerosas anécdotas sobre los devaneos amorosos de Felipe IV, siendo la más escandalosa la que tuvo lugar en el convento madrileño de San Plácido, ya que el monarca se encaprichó de una monja de extraordinaria belleza. Los hechos acaecidos durante ese episodio fueron tan sorprendentes que ya le dedicamos un post donde hablamos del escándalo sexual de Felipe IV con una monja.

Una historia propia de una película donde aparece una monja de clausura, el rey de España, el Papa de Roma, servicios secretos e incluso un asesinato...


Un rey molido a palos...

Existe otra divertida anécdota sobre las aventuras amorosas de nuestro particular "Don Juan". Se dice que el rey estaba encaprichado de la duquesa de Alburquerque, hermosa esposa de uno de sus más fieles colaboradores. El duque de Alburquerque, conocedor de la naturaleza libidinosas de su monarca y sabiendo que le había echado el ojo a su mujer, procuró que la duquesa saliese poco de casa y, aún menos, que pisase la Corte. Todo esto no hacía más que incrementar el deseo del rey ante el reto de conseguir una presa difícil.

Y el rey, que listo para asuntos de Estado no era, pero para las lides amarosas era todo un lince, aprovechó una fiesta en Palacio para intentar adquirir su ansiado trofeo.  El rey, que se encontraba jugando a las cartas, fingió que se le había olvidado despechar un asunto urgente, por lo que rogó al duque de Alburquerque que ocupase su sitio en la mesa.

Así que el duque vio como el rey salió raudo y veloz de la sala acompañado de su fiel colaborador, el conde-duque de Olivares. Como pueden imaginar, su destino era la casa del duque de Alburquerque. Éste que sospechaba de las viles intenciones de su monarca también fingió unos terribles dolores y partió como alma que lleva el diablo en dirección a su casa.

Estaban, el rey y su valido, con un pie recién puesto en casa de la duquesa de Alburquerque cuando la llegada repentina del duque les pilló por sorpresa, por lo que corrieron a ocultarse en la oscuridad de las caballerizas. El duque, con bastón en mano, les persiguió a grito: -"Alto al ladrón! Que me vienen a robar mis caballos! Y empezó a darles palos. Cuenta la leyenda que el duque no pidió luces a sus criados para no tener que frenarse a la hora de soltar bastonazos al reconocer a la figura del rey.

Duelo a garrotazos, Fco. de Goya.

El conde-duque de Olivares temiendo por la integridad del monarca decidió confesar y decir que al pobre desdichado al que estaba golpeando era su majestad. El de Alburquerque, con retomada furia, se empleó aún más a fondo con la figura del rey, por la indignidad que suponía que dos vulgares ladronzuelos usaran el nombre de su majestad.

Finalmente, entre el alboroto de los criados de la casa, la guardia de Felipe que venía a su encuentro y el duque de Alburquerque que ya había descargado toda su rabia y furia contra el insolente rey, y no quería verse implicado en asunto más grave, dejó que ambas figuras se escabulleran en la noche.

¡Eso sí! El rey tuvo que guardar varios días reposo por las heridas recibidas.



La Calderona

Felipe IV fue un rey apasionado del teatro, tanto que era por todos sabidos que le gustaba acudir de incógnito a los teatros populares de Madrid, como El Corral de la Cruz o El Corral del Príncipe, para ver con sus propios ojos, no sólo las representaciones que tanto le gustaban, sino también a las jóvenes actrices que actuaban en el teatro.

Corral de las comedias.
Y así surgió, el que sin duda fue el romance más sonado del monarca en su primera juventud.

En una de esas incursiones, el joven rey quedó prendado de la belleza de una popular actriz, de tan sólo 16 años, y de nombre María Inés Calderón, popularmente conocida como "la Calderona".


Era bastante habitual que estas actrices mantuviesen romances con destacados personajes de la sociedad, la misma Calderona mantenía una relación con el duque de Medina de las Torres, pero su belleza no había pasado desapercibida al joven monarca, que con la excusa de felicitarla por su actuación, pidió reunirse en privado con ella.

Alegoría de la vanidad. Supuesto retrato de La Calderona.
Anónimo. Monasterio de las Descalzas Reales. Madrid

Desde aquel mismo momento el monarca quedó prendado de ella. Se convirtió en su amante preferida, y seguramente también, fue el verdadero amor de su vida, a ninguna otra amo tanto como a la Calderona.

Esta relación se convirtió en la comidilla de la capital y muy pronto el sonado romance entre el monarca y la actriz fue motivo de chanzas, coplas y toda clase de comentarios en las tertulias y mentideros de Madrid.


Más aún, cuando la Calderona, obligada por el rey, dejó los escenarios en el auge de su carrera, y se convirtió en la amante oficial del rey.

La Calderona fue protagonista de otro sonado escándalo real, en este caso, con la reina Isabel de Borbón. Por lo que se ve, durante unas festividades realizadas en la Plaza Mayor, el rey había cedido un balcón destacado a su amante. La reina indignada ante tal desaire ordenó desalojarla de allí. Por lo que Felipe IV, cuando se enteró de los hechos, decidió compensar a la Calderona regalándole un balcón en la Plaza Mayor, aunque en un lugar algo más discreto para evitar la ira de la reina. Ese balcón, situado en la esquina a la calle de Boteros, pronto fue denominado como "El balcón de Marizápalos", haciendo honor a una famosa canción que la Calderona había popularizado en el teatro.

Plaza Mayor de Madrid.

De esta relación nació uno de los bastardos reales más importantes de la historia de España , Juan José de Austria, ya que el amor que sentía por su madre, hizo que Felipe IV ordenase educarlo con honores de príncipe, aunque lejos de su madre.

Pero el final de la Calderona, por mucho amor que hubiera existido, no dejó de ser igual que el del resto de sus amantes. Una vez que la pasión remitió, y después de quedar embarazada por dos veces, se le ordenó ingresar en un convento en Guadalajara. Aunque cuenta una leyenda urbana que acostumbrada a su vida de lujos y libertad, pronto huyó de él, y terminó sus días viviendo en la sierra.
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Bastardos Reales:

Era tal su desenfreno amoroso que desconocemos el número exacto de hijos que tuvo fuera de sus dos matrimonios.

Como todos estos asuntos se llevaban en palacio con la máxima discreción, nadie sabe a ciencia cierta cuantos hijos bastardos dejó en su frenética vida amorosa. 


Las cifras que se manejan son muy dispares, los historiadores más rigurosos le atribuyen sólo ocho, aunque un embajador veneciano contemporáneo le contaba 23, y no faltan quienes le atribuyen más de 30 hijos bastardos.

La vida de estos bastardos podía ser muy diversa, según la condición social de la madre, acabarían en una mejor o peor situación. La mayor parte de ellos eran criados en familias de confianza y muchos solían terminar sus días dedicados a la vida religiosa, ocupando puestos de gran prestigio: Así tenemos el ejemplo de Alonso Antonio de San Martín, hijo de Tomasa Alana, dama de la reina, que llegó a obispo de Oviedo y de Cuenca; o el caso de Ana Margarita que ingresó como monja en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid, del que acabó siendo su superiora.

Los investigadores han podido identificar a una decena de estos bastardos y su biografía es el mejor ejemplo de la enfermiza obsesión por el sexo que se gastaba Felipe IV:

- Uno de sus primeros hijos bastardos nació de sus amores con la hija del conde de Chirel. Para poder seducirla no se le ocurrió otra cosa que mandar a su padre a la guerra de Italia y así nació uno de sus primeros hijos bastardos.

 - Otro ejemplo, nos lo proporciona Alonso Henríquez, fruto de los amores del rey Felipe IV con una dama de honor de la reina. Su padre "legal" fue un hombre de confianza de la cámara del rey que fue obligado a casarse a toda prisa con la pobre Constanza. Alonso, como la mayor parte de los bastardos, fue protegido durante toda su vida, y acabó alcanzado el cargo de obispo de Málaga.

- Uno de esos affairs amorosos que mejor representa la libido incontrolable del monarca es el que mantuvo con doña Casilda Manrique, una de las damas de la reina. Lo destacable no es que se liase con una de las damas de la reina, ya que ese era uno de sus "campos de caza" favorito, sino que esta Casilda era la guardadamas mayor, precisamente la mujer encargada de velar por la moral del resto de damas jóvenes que acompañaban a la reina. Y aunque el hijo nacido de esta relación nunca fue oficialmente reconocido, pudo vivir en la Corte con la consideración y el apellido de hijo del rey.

.- Otra de esas anécdotas que nos brindan los numerosos bastardos reales es la que protagoniza Juan Cossío, bastardo real que pasaba por hijo de Francisco Cossío. Este Juan Cossío era un popular predicador agustino que residía en Nápoles. Los napolitanos al verlo por la calle exclamaban "ahí va el hermano del rey" por su extraordinario parecido físico que guardaba con Carlos II, hijo de Felipe IV.

- El único de todos estos bastardos que tuvo reconocimiento oficial por parte de Felipe IV fue Juan José de Austria. Aunque este reconocimiento formal por parte del rey tardó varios años en llegar, pronto se convirtió en uno de los hombres más importantes del reino. Juan José representaba el hijo que Felipe IV hubiese querido para el trono: Buen porte, sano, un hombre de carácter y muy capaz para el arte de la guerra y la política.


La maldición


Resulta curioso que un rey tan prolífico a la hora de tener hijos, tuvo hasta 13 hijos legítimos, sólo fuese capaz de aportar un heredero varón como sucesor, y vaya un heredero... el enfermizo Carlos II.


Pero no nos engañemos esta "maldición" nos revela dos terribles verdades sobre la vida en siglo XVII. Por un lado tenemos, la alta tasa de mortalidad infantil, incluso entre las clases más privilegiadas. Pero por otro, tenemos la enfermedades de transmisión sexual, y es que no nos debe extrañar que en algunas de sus correrías nocturnas en los burdeles de la capital, el monarca contrajese la sífilis y se la transmitiese a sus dos esposas.

Retrato de Carlos II el Hechizado.

Si a la sífilis, le sumas el alto grado de consanguineidad de los Habsburgo, el resultado es la desgraciada historia de abortos y mortalidad infantil de la descendencia legítima del rey.


De su primer matrimonio, con Isabel de Borbón, nacieron siete hijos, de los cuales sólo dos llegaron a adultos:  Una hija, María Teresa de Austria y Borbón que llegó a ser reina consorte del Rey Luis XIV de Francia, y un hijo Baltasar Carlos, que murió fulminantemente a los 17 años por un brote de viruela.

Detalle del Príncipe Baltasar Carlos a caballo de Velázquez fechado en 1635.
Museo del Prado. Madrid.

Este fue quizá el golpe más duro que sufrió el monarca en toda su vida y lo sumió en una profunda depresión. Y es que su muerte llegó en uno de los momentos más difíciles de su reinado, por lo que a los desastres políticos acontecidos durante esa época (Pérdida de Portugal, guerra con numerosas derrotas ante Francia y Flandes, sublevación de Cataluña) se le sumaron numerosas tragedias familiares: fallecimiento de su esposa, muerte de su hermano el Cardenal Infante Fernando, y la pérdida de su único hijo varón.

Todo esto provocó la necesidad urgente de buscar un heredero válido para la Corona, por lo que se cometió el gran error de buscarle matrimonio con la opción más mano que encontraron... la prometida de su difunto hijo, la sobrina del rey, la Archiduquesa Mariana de Austria. Como decimos esto fue un gran error, ya que el grado de consanguineidad entre los futuros esposos era demasiado elevado, incluso para los cánones de la época.

Mariana por Diego Velázquez, 1656.
Aun así, el matrimonio siguió para adelante, y la jovencísima Mariana tuvo hasta cinco nuevos hijos con el monarca, pero de nuevo, sólo dos lograron llegar a la vida adulta: Margarita, esposa del emperador alemán Leopoldo I, que murió con tan sólo 21 años; y el pobre Carlos II "El Hechizado", cuya muerte sin herederos llevó al declive definitivo de la monarquía Hispánica, con la sangrienta guerra de Sucesión, el fin del reinado en nuestras tierras de la casa de Austria, y la instauración de los Borbones en nuestra corona.


Su confidente, la mística monja Sor María de Ágreda


Todos estos golpes, tanto políticos como personales, sufridos en el tramo final de su vida, hicieron que el monarca buscase ayuda divina. Por lo que sabedor de su inmoralidad aprovechó un viaje a Cataluña para encontrarse con una religiosa de prestigiosa fama que intercediese ante el Altísimo en su nombre. El nombre de esta mujer era Sor María de Ágreda, y rápidamente se convirtió en la más fiel y sincera consejera que jamás tuvo el monarca, manteniendo una intensa relación epistolar durante más de 20 años, y en la que no sólo le aconsejó sobre temas espirituales, sino también, y con un acertadísimo sentido de estado, sobre temas políticos.

Retrato de Sor María de Ágreda.


Esta correspondencia es el mejor retrato psicológico que tenemos del rey, y buceando en ella, podemos entender la desazón interna que sufría el rey ante la pérdida continúa de territorios y prestigio de su Reino, y la profunda depresión que cayó ante los dramas familiares que le golpearon.

El monarca achacaba todos estos males a un castigo divino por sus continuos pecados, ya que creía que Dios le había abandonado por su vida libertina. 


No dudó en pedirle consejo a la monja sobre como vencer al demonio que le poseía: "Soy tan frágil –le escribía, desolado– que nunca saldré de los embarazos del pecado".

Y a pesar de las oraciones, consejos y advertencias de Sor María, Felipe fue incapaz de abandonar su conducta libidinosa, provocando que la monja se quejase amargamente que incluso en plena crisis política, con los levantamientos de Portugal, Cataluña e Italia, el rey hubiese instalado en Palacio a una actriz de sospechosa moralidad pública.


Conclusión


Finalmente, Felipe IV falleció en el año de 1665 a la edad de 60 años. Y aunque durante muchos años la historia le retrató como un hombre despreocupado por los asuntos de gobierno y dedicado a una vida de vicios y placeres, dejando su gobierno en manos de los famosos validos; en los últimos años la historiografía ha modificado esta visión del monarca, que aunque es cierto que hasta su muerte fue incapaz de controlar su insaciable apetito sexual, sí que fue un soberano preocupado por su reino y atento a todos los asuntos de Estado.

Último retrato de Felipe IV, donde se aprecia un cansancio notable.
Velázquez. 1656.
National Gallery de Londres.

Lógicamente el declive del imperio español hay que buscarlo en muchos más factores que la vida personal de un monarca. Un vida marcada por su irrefrenable conducta lujuriosa y su mala suerte en lo personal, lo que acarreó, en una persona fervientemente católica como era, un sentimiento de culpa y amargura que le acompañó hasta sus últimos días.

Tal vez, un sentimiento de culpa que sólo era capaz de olvidar cuando iniciaba una nueva conquista amorosa, y es que en el pecado siempre llevó la penitencia.



Bibliografía:

- Deleito y Piñuela, J.;  “La mala vida en la España de Felipe IV”.  Madrid. Alianza. 2005.

- Deleito y Piñiela, J.; "El rey se divierte". Madrid. Alianza. 2006

- Silvela Cantos, R.; “Felipe IV: el rey galán”. Barcelona.  GRM. 2004.

- Álvarez Lobato, P. y Álvarez San Miguel, C.; Felipe IV, el sexo y su época en "Sexualidad, psiquiatría y biografía". Editorial Glosa. 2007.


[En Internet]



Revista Historia y Vida: http://www.lavanguardia.com/historiayvida/la-vida-sexual-del-rey-felipe-iv_11663_102.html

http://www.abc.es/espana/20150210/abci-felipe-adiccion-sexo-201502091748.html

http://xsierrav.blogspot.com.es/2015/10/felipe-iv-adicto-al-sexo-y-sifilitico.html



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